Soy el gimnasta que se calló de las anillas, el bebé que pinchó el manguito de su hermano, el afán de un logro incalculable. Me ordeno y me desordeno, intento fracasadamente darle un giro a mi vida, y cada vez que me la juego el destino me dice que tengo que seguir entre mis líneas paralelas y esperar a que algo me sorprenda a mi. Me sale todo tan bien por un lado que me conformo con ser una persona mediocre en vez de intentar llegar a la cima más alta; parece que allí corre demasiado viento y temo a que el fuego arrase con el suelo despoblado. Que no pasa nada porque se te vea el ombligo en la playa o tengas las manos feas.